VISIÓN CRÍTICA

Kalinin

Leopoldo González

En la célebre ciudad de Prusia, de nombre Könisberg, que significa “la montaña del rey”, vivió toda su vida el filósofo Immanuel Kant, autor de “Crítica de la razón pura” y “Crítica de la razón práctica”. Pero esto no es lo importante de la historia que sigue a continuación.

Hay en el mundo ciudades con genio y ciudades de culto: la antigua Siria, Florencia en Italia y la ciudad alemana de Könisberg son algunas de ellas.

Prusia era en aquel tiempo territorio de Alemania, en donde pensó, padeció y escribió su obra cumbre para la filosofía Immanuel Kant.

Al siglo XX, “al que tuvimos la fortuna de sobrevivir -escribió Milan Kundera- le volvía loco rebautizarlo todo”. En ruso, “Grad” quiere decir “ciudad”.

Hay por lo menos 21 ciudades rusas a las que les fue cambiado el nombre dos y hasta tres veces en el siglo pasado, para personificarlas e identificarlas con los nombres heroicos del irreal “socialismo real”. Tsaritsyn se rebautizó como Stalingrado, luego Stalingrado como Volgogrado; San Petersburgo se rebautizó como Petrogrado, luego Petrogrado pasó a ser Leningrado y, al fin, Leningrado volvió a ser San Petersburgo; Chemnitz se rebautizó como Karl Marx-Stadt y luego Karl Marx-Stadt como Chemnitz.

Con la misma lógica, una lógica de guerra y conquista, los rusos añadieron a su imperio una célebre ciudad alemana y se vieron obligados a rusificarla imponiéndole un nuevo nombre; así se rebautizó Könisberg como Kaliningrado…, ¡pero ojo!, Kaliningrado permaneció y permanecerá para siempre como Kaliningrado.

Es aquí donde comienza la historia que realmente importa: la de Kalinin, el pobre enfermo prostático de los suburbios soviéticos que hace aflorar -¡habrase visto!- la muy oculta y desconocida ternura de Stalin.

A la reputación de Stalin, llamado por muchos el Lucifer del siglo y por otros el liderazgo de la crueldad, no le sientan muy bien la ternura ni la compasión. Psicópata y paranoico, su vida estuvo plagada de conspiraciones, traiciones, guerras, asesinatos por fanatismo, encarcelamientos, masacres. Chacal en la extensión de la palabra, es un monstruo sangriento de la misma calaña que un Mussolini o un Hitler, pues no hay sobre la faz de la tierra y de la historia dictadura que sea buena.

En un monstruo como lo fue Stalin, la palabra cordura es un guiño al vegetarianismo, incluso un acto de suprema empatía hacia el veganismo. Cuando un carnicero irredento consuma un acto de contrición y estrena su paladar en el consumo de chícharos, habas y lentejas, los dioses mismos se ven obligados a convocar a una fiesta de órdago.

Kalinin era viejo, y su problema no era la inflamación de la protesta sino la próstata inflamada, que le obligaba a mear con frecuencia. La próstata de Kalinin presionada por la uretra era un divertimento para la tropa, pero no para Stalin, quien por él aprendió que -pese a todo- tenía en el fondo, pero muy en el fondo, un lado bueno.

En homenaje a Kalinin, y por decisión de Stalin, la ciudad kantiana de Könisberg se llama desde poco después de la segunda guerra Kaliningrado.

De Stalin se conocen la anécdota de las veinticuatro perdices y aquella en la que despluma a una gallina viva delante de sus generales, para enseñarles cómo se gobierna a un pueblo: provocándole un miedo profundo y adueñándose de su estómago.

Sin embargo, el único drama que ablandó el corazón recio de Stalin, fueron los achaques y la pulsión urinaria de Kalinin, aquel hombre que no era nada sino un modesto pelele, presidente del sóviet supremo y, desde el punto de vista del protocolo, el más alto representante del Estado.

No pocas veces, en actos solemnes de la nomenklatura, Kalinin tuvo que huir a esconderse detrás de una mesa, o detrás de una silla, para ocultar su pantalón mojado.

Se cuenta que Stalin sentía despertar en él un débil, modesto sentimiento casi desconocido, en todo caso olvidado: el afecto por un hombre que sufre. En su vida feroz, ese momento era como un descanso. La ternura aumentaba en el corazón de Stalin al mismo tiempo que la presión de la orina en la vejiga de Kalinin.

Por tanto, padecer por no ensuciar el pantalón… Ser mártir de la propia limpieza… Luchar contra la orina que da señales de vida, que avanza, que amenaza, que ataca, que mata, es el heroísmo blanco, prosaico y humano que movió a Stalin a regalarle el nombre y el simbolismo de una ciudad a su admirado Kalinin.

Pocas veces la vejiga y el “mal de orín” han sido cosa tan privilegiada e importante en la historia de una gran ciudad.

Pisapapeles

Lo que el urólogo llama incontinencia urinaria es lo que los pueblos llaman “mal de orín”.

leglezquin@yahoo.com

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