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Rueda de Molino

El odio irracional del tirano, no tiene límites

Jorge Hidalgo Lugo

El odio que ha sembrado durante cuatro años al denostar, insultar, hacer señalamientos perversos en contra de quienes considera adversarios con o sin fundamento, ha dejado a México en calidad de enfermo incurable y el atentado contra Ciro Gómez Leyva, es producto visible del encono que Andrés Manuel López Obrador inoculó en sus seguidores y fanáticos faltos de criterio y sensatez.

Pero no sólo es el ataque o estigmatización de medios y periodistas lo que caracteriza al revanchista desequilibrado huésped de Palacio. No hay sector alguno que se haya salvado del encono con que suele salpicar mañana a mañana como suerte de catarsis, sus participaciones sin importar que el resultado de su administración sea desastrosa y los logros que tanto ofreció, hayan quedado en promesas de campaña fieles testimonios del engaño y la mentira con que se conduce.

La destrucción sistemática de instituciones, de opositores, de todo lo que considera es un estorbo a su tiránico proyecto, es y seguirá siendo objeto de esos embates que con el aparato de Estado a su disposición y los estúpidos con iniciativa que nunca faltan, tienen aterrorizada a la población y lejos de reconsiderar en la estrategia de polarización, la mantiene vigente así sea con el apoyo de la milicia o peor aún, de los narco aliados siempre prestos y dispuestos a hacer sentir su peso depredador como acontece en Zacatecas, como botón de muestra.

Empeñoso en buscar camorra contra países con el menor pretexto, exhibir su ignorancia al confundir fechas y actores de la historia, así como castigar a las ovejas desobedientes al grado de menospreciarlos públicamente como fue el caso de Miguel Ángel Barbosa, a quien dejó con la mano extendida en un evento oficial y después dedicó guardia de honor en su funeral, son acciones que se suman al concierto de yerros y abusos de un poder que lo ha enfermado a extremo de hacerlo ver como un auténtico y real peligro para México.

Sólo López Obrador puede darse el lujo de echar encima el peso de su poder a un compañero de proyecto como Ricardo Monreal Ávila, a quien descartó como “corcholata” pero mantiene como súbdito para que ciegamente siga sus mandatos demoledores desde el Senado de la República.

Para quien enfermó de poder y se siente dueño de vida y haciendas en el México de hoy, no hay límites. Los excesos de arrogancia, prepotencia quedan plasmados en los salvajismos con que suele además evadir la responsabilidad que tiene por la nación ensangrentada que suma al cierre de este despacho, 141 mil 870 ejecutados a manos del crimen organizado. Con 29 mil 645 sólo en lo que va del año que está por terminar.

Combatir sin denuedo a organismos que garantizaban para los mexicanos limpieza en los comicios, los mismos que validaron sus cuestionables triunfos electorales en entidades donde manos de narco criminales hicieron el trabajo sucio para que ganaran Morena y sus floreros, es otra de las obsesiones que marcan para mal a este siniestro personaje cuya maldad perversa no tiene límites.

Contravenir las leyes, pisotear el Estado de Derecho, utilizar como papel sanitario de su palacete la Constitución, es para López Obrador una actividad lúdica, un entretenimiento con el que goza tanto como cuando se ufana estar “macaneando” con el tolete al hombro, en un parque de béisbol.

Disfruta ver el empobrecimiento de eso que él llama “pueblo bueno y sabio” a tal extremo que los ha multiplicado para ensanchar su base electorera, la que siente segura seguirá domesticando con las limosnas del bienestar con que les embarra las manos para utilizarlos, ya como acarreados a sus fastuosos eventos para alimentar el enfermizo ego o bien, carnada cautiva para ir a las urnas entregando dignidad por mendrugos.

Al opresor no hay quien se lo interponga, tiene para todo y con obuses de todos calibres pone en tela de juicio trayectorias, honorabilidades, honras ajenas, pero eso sí, siempre con la muletilla que suena a ridiculez de anteponer el “con todo respeto” luego de ensuciar con su venenosa verborrea a académicos, estudiosos, médicos, empresarios, feministas y todo aquel que se atreva a pensar o disentir en su presidencialismo imperial.

Por eso escuchar la frágil argumentación sobre el atentado de Ciro Gómez Leyva como producto de un “auto atentado” o de un “compló” de sus enemigos para generar problemas a su (des)gobierno, no deja de ser otra agresión a la más frágil de las conciencias o escupitajos de cicuta al sentido común, porque como es sabido no hay nadie mejor informado de lo que acontece en un país, que quien lo preside, y en este caso no es excepción.

De estos escenarios maquiavélicos que perfila para evadir culpas y responsabilidades, esas sí inocultables, el autócrata puede ser capaz ahora entonces de decir que los 12 periodistas ejecutados en lo que va del año fueron producto de otros tantos suicidios.

Lo mismo que los otros 25, que suman 37 en total, los asesinados en lo que va de este régimen y sean motivo para que desde el patíbulo montado en el Salón Tesorería de Palacio Nacional, se victimice y diga que todo es porque “no hay ningún equilibrio, no hay objetividad, no hay profesionalismo”, en respuesta a los señalamientos que se hacen en el colectivo de periodistas e informadores al referir que es él, el propio López Obrador quien estigmatiza a quienes osan señalar sus atrocidades.

No debe entonces sorprender que en esa nueva escalada de violencia verbal, desde el presidencialismo tiránico, se estigmatice a la prensa libre con insultos de ser “voceros del conservadurismo”.

Tampoco que se juegue con especulaciones a las que se prestó el empresario consentido del régimen, quien se prestó al montaje de inferir que el atentado a Gómez Leyva se habría derivado de la difusión de un video donde un supuesto criminal de origen michoacano, entraba en un templo de Parácuaro a llevar “mañanitas” a la Virgen y que horas después fue desmentido categóricamente por el involucrado.

En cambio, la tendencia patibularia que lo acecha, hace concebir llamados a la gente que lo venera para que le ayude “a evitar, si es que existe, un plan de desestabilizar la vida pública del país. Que todos nos ayuden, porque somos mayoría los que queremos la transformación, el cambio…”.

Luego entonces que todos los que vean un enemigo, supuesto a real, que haya señalado López Obrador, puedan atentar contra su vida, para darle gusto a su mesías.

Así de fácil, así de simple…

Vale…

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