LA COSTUMBRE DEL PODER
Gregorio Ortega Molina
*El dilema no existe, a nadie debiera importar que el dólar ronde los 17 pesos, si el poder adquisitivo de la moneda mexicana desciende en forma proporcional a su fortalecimiento ante la moneda de Estados Unidos. Lo que importa a los administradores públicos de hoy es su prestigio, el del instante, el que venga atrás, que arree con el hambre del pueblo
El hambre es factor determinante del comportamiento de los animales, incluido el humano y su uso de razón. Las fieras matan para alimentarse, comer a saciar las apacigua y facilita su domesticación. Hombres y mujeres tienen otras alternativas, aunque todas, o casi, conducen a la delincuencia, al crimen, a la violencia irreparable.
Se ha documentado lo suficiente que amas de casa se prostituyen, ocasionalmente, para acabar la quincena. Llevar comida a la mesa de sus hijos es, para ellas, un imperativo moral por encima de cualquier otra consideración.
El “jefe” de familia recurre a otras artimañas, despliega diferentes aptitudes, todas colindantes con la violación de la ley. Imposible perder el orgullo y agachar los ojos ante el hambre y las otras necesidades de mujer e hijos, incluso cuando muchas veces su madre se cobija a su amparo.
El tema de las mujeres y hombres jóvenes es distinto, es actual, carece de ejemplos en el pasado y tampoco tiene parámetros para medir el presente. Una de las características de la juventud es su insaciabilidad. Nada los llena, ni siquiera el peligro de morir en medio de la violencia los deja ahítos.
Quieren todo y lo quieren al instante. Sólo ver las fotografías de las mujeres del narco. Los muchachos se inician como halcones y después, como descubrimos en las narraciones literarias y en los textos periodísticos, y en las fotografías de los cadáveres, se especializan como sicarios porque saben, intuyen, están ciertos de que van a morir en el arroyo, en la calle, pero habiendo vivido a su real saber y entender.
Mientras lo anterior sucede ante nuestros ojos, los titiriteros de la 4T se ufanan del súper peso, de los niveles de las remesas, cuando los precios de los alimentos llegan a las nubes, y sobre todo cuando esos bienes de consumo duradero que hacen felices a los jóvenes necesitados, a los miserables del México bueno y sabio, sólo pueden obtenerse tras haber delinquido.
El dilema no existe, a nadie debiera importar que el dólar ronde los 17 pesos, si el poder adquisitivo de la moneda mexicana desciende en forma proporcional a su fortalecimiento ante la moneda de Estados Unidos. Lo que importa a los administradores públicos de hoy es su prestigio, el del instante, el que venga atrás, que arree con el hambre del pueblo.
Falleció Porfirio Muñoz Ledo, de inmediato circularon los anuncios en redes, en la información digital de los medios… y también en ese instante iniciaron las calumnias, como la del Twitter inicial y después borrado de Jenaro Villamil, y el parco pésame de AMLO, quien de inmediato -por su historia compartida- debió sumarse al duelo. Lo hizo tarde.
Hombre de gran inteligencia articulada en conceptos precisos, claros, como los que contribuyeron a la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, a la línea ideológica de la Corriente Democrática, a la formación del Frente Democrático Nacional y fundación del PRD.
Lo recuerdo al escuchar sus conversaciones con Emilio Uranga, Rafael Corrales Ayala, Oswaldo Díaz Ruanova, Gregorio Ortega Hernández, Julio Scherer García, Fernando Gutiérrez Barrios, Javier Wimer.
Me pregunto si los mezquinos de hoy preservarán su lugar en la historia. Mi más sentido pésame a sus hijos Thierry y Lorena Muñoz Ledo Chevanier.
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