Jaime Darío Oseguera
Es ocioso hablar de la dirigencia nacional del PRI porque ha quedado bien establecido en todos los análisis recientes, que se trata de un mafioso. Estafador, oportunista y mentiroso.
El punto es que el país necesita partidos fuertes. Al parecer el objetivo de la actual dirigencia es el contrario. Ser cortesanos con el gobierno a cambio de las canonjías que representan las pluris y del dineral que reciben del erario público.
Es claro que no hubo el interés en la Asamblea Nacional por enfrentar el momento político tan delicado que vive el tricolor en la agonía de su existencia como el partido del viejo régimen.
No está claro que va a pasar con el PRI, lo que si es evidente que no volverá a ser el partido hegemónico que fue en el Siglo XX, como el recipiente de las fuerzas políticas locales que se aglutinaron en un partido nacional.
¿Entonces que sigue? Más allá de las personalidades que, insisto, están suficientemente bien catalogadas en la basura de la historia, el PRI como institución requiere una reflexión de fondo, si es que tiene aspiración para revivir en los siguientes procesos electorales.
Ideología. El lugar común de todos los partidos es la falta de convicción y definición ideológica. La ideología es la visión que tiene una institución para transformar la realidad.
En la geografía de la política actual, Morena llena a suficiencia el espacio de la izquierda con reivindicaciones muy claras como el reparto de dinero a través de los programas sociales que generan un efecto multiplicador en la economía y le da sentido a la idea de que “primero sean los pobres” en su programa político.
El PAN con todo y sus pandillas internas, en el pleito justamente por las prerrogativas, aún puede alcanzar un pedazo del pastel del electorado inconforme con las políticas del nuevo régimen y seguramente se puede constituir como una alternativa de la derecha en ámbitos regionales o estrictamente locales.
La política electoral se mueve como un péndulo. Estacionalmente se ha encontrado en ambos lados de la topografía política. Incluso al interior del PRI, entre alas derechas e izquierdas.
El PRI tendrá que volver a la izquierda socialdemócrata que se aleja de los radicalismos sexenales y apueste por encabezar los razonamientos de una clase media preocupada por su futuro en materia de desigualdad, violencia, acceso a los mercados de trabajo, desempleo, migración y los principales problemas del país.
Democracia interna. Teniendo contenido, sabiendo qué decir y a qué segmento de la población se va a referir, el PRI tiene que abrirse a la democracia interna.
Más que nunca hoy tiene que haber una elección directa de la base a todos los niveles de dirigencia. Asambleas abiertas, de base. Debate recio pero directo. Apertura a la crítica, buscando encontrar activos en las diferencias de opinión y en la riqueza de la pluralidad.
La única manera en que el PRI volverá a tener militancia real es que se vaya eliminando la influencia de las élites acusadas de corrupción. En todos lados. A nivel nacional pero también en los estados y municipios.
El desprestigio de malos gobiernos, personajes obscuros, actores de la traición y profesionales de la corrupción, serán superados en la medida en que haya democracia interna.
Se podría ir decantando una nueva militancia en la medida en que los ciudadanos interesados en la política vean que existe posibilidad de acceder a los cargos de dirigencia y de elección popular a través de procesos internos abiertos y democráticos.
Respaldo popular. No hay partido político sin base social. El PRI tendrá que replantear el fundamento de su base sectorial, es decir la relación con los sectores tradicionales que le dieron sustento durante mucho tiempo al vínculo del partido con grupos sociales: el sector obrero, campesino y popular que siguen teniendo cuotas de participación en los Consejos Políticos y asambleas pero que este año, sus cúpulas, al menos los sindicatos de trabajadores, se manifestaron a favor de Morena y Claudia Sheimbaum.
La integración de sectores al partido fue un diseño histórico planteado de arriba hacia abajo. Desde el gobierno para distribuir el poder por cuotas y darle contenido político al mensaje del partido. Si el PRI era la suma de todos los actores políticos, éstos debían estar representados a través de cuotas: los obreros, maestros, petroleros, campesinos, profesionistas, mineros, todos.
Cuando el PRI perdió el gobierno inició el fin del esquema corporativo. Los grupos sectoriales aspiraban sí, a tener posiciones en el partido, pero fundamentalmente a lograr respuestas por parte de los gobiernos en materia de apoyos, prebendas, políticas sectoriales, posiciones políticas.
Los sindicatos mismos empezaron a tener más libertades y a democratizarse como parte de la misma oleada de apertura y aunque no son un ejemplo de prácticas libres, democráticas o transparentes, poco a poco tienen que ir logrando independencia de las élites.
Relación política. El PRI no va a sobrevivir si es vasallo del gobierno. Cortesanos, aduladores, cómplices o mercenarios de quien se encuentre en turno a nivel nacional, estatal o municipal.
Tiene que haber planteamientos claros sobre los problemas del país. No es posible que cuando se vienen los votos decisivos en los Congresos, sean muchos de los diputados del tricolor quienes hagan el trabajo del avestruz escondiendo la cabeza y enseñando la cola.
Si hay ideología, habrá discusión interna; con procesos democráticos y abiertos, se puede construir una nueva militancia que sea alternativa en los procesos políticos y electorales. Lejos de marrullerías y transas como reelecciones indebidas de dirigentes. Sin debates penosos para exhibir quienes son más corruptos de entre quienes que se han beneficiado el partido.
De inicio no se trata de cambiarle nombre o colores. Hay que renovar el modelo para que así no sobrevivan las mafias que dañan al partido y en el fondo son perversas para el país.