LA COSTUMBRE DEL PODER

Mis hijos no son corruptos, (¿nomás aprovechados?), sostiene y piensa el impoluto de Palacio Nacional

Gregorio Ortega Molina

*Todo su gobierno, todas sus decisiones, son un acto de corrupción irreductible, debido a que rotundamente rechaza acatar el mandato constitucional, que es a lo que se niega desde que nos advirtió que mandaba al diablo a las instituciones

Dado que él siempre tiene otros datos para refutar cualquier aserto que le disguste, y decidió, como Humpty Dumpty, que las palabras significan lo que ha determinado que signifiquen, es necesario establecer cuál es el concepto de corrupción que el presidente de la República administra en su caletre.

Sabemos, hasta el cansancio, que sus hermanos, sus allegados, Delfina y otros consentidos, sólo se dedicaron, como por casualidad, a ser recolectores de fondos, de aportaciones para su movimiento de regeneración nacional, lo demás son figuraciones de la prensa, de sus enemigos y de esa mafia del poder que se empeña en desacreditarlo con el México bueno y sabio.

Imposible emitir cualquier opinión sobre las sombras de corrupción del general cinco estrellas, Luis Crescencio Sandoval y su familia. Para el huésped de Palacio Nacional que el general secretario y los suyos se sirvan del erario para efectuar viajes a todo lujo, nada significa. Los milites y familia merecen toda su consideración, lo que no sucede con los deudos de esos muertos que no llegaron vivos a ver el modelo de salud de Dinamarca.

El último cuatro de mayo se salió de sus casillas -lo que sucede con mayor frecuencia- porque la prensa vendida y sus enemigos se hacen eco de las supuestas corruptelas de sus hijos, señaladamente del cártel de Andy y del que supuestamente salió huyendo a Barcelona en primera clase.

“Mis hijos no son corruptos”, (¿nomás aprovechados?), sostiene, sin detenerse a considerar que él, Andrés Manuel López Obrador quizá pueda llegar a ser conocido y reconocido como el presidente más corrupto de México, si partimos del hecho de que el fenómeno de la corrupción no se reduce a un intercambio de favores o al dinero que cambia de manos.

Todo su gobierno, todas sus decisiones, son un acto de corrupción moral, ética y legal irreductible, porque rechaza acatar el mandato constitucional, que es a lo que se niega desde que nos advirtió que mandaba al diablo a las instituciones.

Es posible que, en efecto, él no toque ni haya recibido jamás un peso mal habido, pero también es una verdad irrefutable que su servilismo y pleitesía con María Consuelo Loera Pérez, son un acto de corrupción moral que hunde a México en la posibilidad de convertirse en narco Estado.

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