El abrumador peso del afecto de Amable Vela Carriles
Gregorio Ortega Molina
*A su padre don Ramón lo recibimos en casa, consideré necesario agradecerle la manera en que había formado a su hijo, recto, inquebrantable, incapaz de violentar el concepto de amigo, o de familia, o padre o hijo. Amable fue hombre de una pieza
Son muy escasos -pero los hay- los afectos que abruman con excesos de generosidad, lo mismo en tiempo que en atenciones, el consejo oportuno y certero, la identificación familiar: conocer al padre y los hermanos, a raíz del fallecimiento de la madre.
Comía con Amable Vela Carriles -¿1985 o 1986?- cuando recibió la llamada que le notificó la muerte de la señora Aurora. Me lo dijo en una muy breve frase, para después permanecer en silencio, acompañado por el mío, mientras de sus ojos rodaron lágrimas. ¿Diez minutos? Imposible recordarlo con exactitud.
Después su padre lo visitó en México, también su hermano Jacinto. Ocasionalmente acudía a nuestra conversación quincenal Ramón Vela Carriles, hosco, brusco, sincero y afectuoso. Siempre dispuesto a ser el respaldo de Amable, sus hijas y su cuñada Isabel. Entre ambos no requirieron de palabras para decirse lo que necesitaron comunicarse.
A su padre don Ramón lo recibimos en casa, consideré necesario agradecerle la manera en que había formado a su hijo, recto, inquebrantable, incapaz de violentar el concepto de amigo, o de familia, o padre o hijo. Amable fue hombre de una pieza.
Las exigencias de tiempo en mi desempeño en una jefatura de información modificaron la periodicidad de nuestros encuentros, y luego el ocupado fue él, cuando con orgullo vio despegar su idea, su empresa, movilconteiner SA de CV, pero lo que definitivamente pospuso nuestros reencuentros, fue el exceso abrumador de sus atenciones. Ya no sé cuántas veces acudimos mi familia y amigos a la finca de los Vela en Tecámac, para disfrutar de opíparas paellas y vinos españoles elegidos con el cuidado impuesto por la amistad.
Uno de mis hijos pasó una breve temporada en la casa de los Vela en Naves, Asturias, donde fue agasajado con afecto y atenciones y comidas e instrucción de lo que es la administración de una finca.
Recuerdo con emoción cuando Amable y Ramón Vela Carriles me comunicaron que deseaban asumir los gastos de la presentación de uno de mis textos, Estado de gracia, y deseaban que fuera en La Cava, con todo y coctel para los asistentes. Al final también sufragaron la cena de los que permanecimos rezagados.
Me enteré del fallecimiento de Amable Vela Carriles por la esquela en un diario. Algo mío se fue con él.
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