En el vórtice de una violenta y cruenta elección presidencial
Gregorio Ortega Molina
*Sí, noventa días de incertidumbre, durante los cuales el megáfono del Salón de la Tesorería crecerá en estruendo, diatriba, denostación, calumnia y cobardía, porque se continuará negando a dar su derecho de réplica a Xóchitl Gálvez, o a entablar un diálogo en inglés con Claudia Sheinbaum. La noche del dos de junio, o la madrugada del tres, sabremos lo que nos depara el destino, si no es que antes declaran Estado de excepción y canceladas las elecciones
Imposible conocer con antelación el resultado del PREP, a menos de que todo haya sido anudado de antemano, como se especula, pero me niego a creer que sea capaz de tal canallada. Y si así lo hace, no cuenta con las consecuencias de la presencia de un tercer actor en esta batalla electoral: el poder del narco.
Iniciamos el recorrido de 90 días de incertidumbre, porque esta elección presidencial puede resultar tan cruenta como las que sucedieron en la época de los caudillos, pues parecen dispuestos a ir más allá de Huitzilac, de Topilejo, de Francisco Serrano, de Felipe Ángeles, de Field Jurado, y como lo hiciera Gonzalo N. Santos, entrar “ensillados” al recinto parlamentario, o a caballo, como no hace mucho lo hizo Alfonso Ramírez Cuéllar. Hoy son tan proclives a la violencia, como no ocurriera desde el inicio del civilismo.
¿Alguien lleva el registro de los políticos, precandidatos y candidatos asesinados desde que dio principio este juego de espejos de libertades políticas, cuando el INE y el TRIFE están aherrojados en libertad, criterio y necesidad de cumplir con la ley?
Nuestro ilustre macuspano todavía se atrevió a afirmar, durante su mañanera del 8 de febrero último, que se dejaba de llamar Andrés, si no es constatable que los mexicanos son felices gracias a su impoluto gobierno. Y nadie responde esta boca es mía.
Ahora entiendo el auténtico y preciso valor anímico de los plásticos del bienestar en la voluntad de los electores, aunque no dejo de considerar que pueden incidir las consecuencias de los desaparecidos, las fosas clandestinas, las muertes violentas, la extorsión (que a todos daña, no nada más a las víctimas directas), las ejecuciones, los secuestros y la mentira, pues en Acapulco y sus alrededores nada se ha aliviado de las consecuencias de OTIS, donde el dolor no se pospone con estufas y refrigeradores chinos, sobre todo cuando no hay vivienda donde servirse de ellos.
Sí, noventa días de incertidumbre, durante los cuales el megáfono del Salón de la Tesorería crecerá en estruendo, diatriba, denostación, calumnia y cobardía, porque se continuará negando a dar su derecho de réplica a Xóchitl Gálvez, o a entablar un diálogo en inglés con Claudia Sheinbaum. La noche del dos de junio, o la madrugada del tres, sabremos lo que nos depara el destino, si no es que antes declaran Estado de excepción y canceladas las elecciones.
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