Ganso encarna la ley, justicia, la democracia, al pueblo. Es el Estado

Yo Campesino

Yoyo

Miguel A. Rocha Valencia

Digan lo que digan, el ganso de Macuspana no va a cambiar, en su cabecita de algodón él se cree realmente un mesías, el dueño de la verdad, la ley, justicia y la democracia (a su manera) y desde luego, la encarnación viva del pueblo. Sólo él.

Sólo él, nadie más y cual moderno Moisés bíblico, dicta sus mandamientos con carácter de obligatorios no sólo a sus fieles lacayos sino a todos y quien no obedece es reo de traición y merece la hoguera pública en Palacio Nacional, incluyendo a quien se atreve a criticarlo o contradecirlo.

Como diría Luis XIV, el llamado Rey Sol, L’État c’est moi, El estado soy Yo, palabras más o menos, el mesías tropical ya lo afirmó “El proyecto soy yo” y en ese sentido impone su ley, como lo hiciera el morca francés ante su Congreso en 1654.
Así les dice el líder de la 4T a sus seguidores, funcionarios y legisladores y lo grita todas las mañanas a todos los mexicanos, incluso a quienes no gobierna y considera enemigos, especialmente clase medieros, empresarios y seguidores de otras opiniones políticas.

No está loco como algunos afirman, así es y como buen cristiano, con su destino manifiesto está convencido de ser el profeta que ha de redimir a los pobres de México a costa de los demás, aquellos que superaron con su esfuerzo la etapa de la miseria.

Porque para mantener su proyecto, es necesario que todos seamos pobres, que le debamos algún tipo de programa social con el cual debemos contentarnos y no buscar más, porque aspirar a mejorar, es un pecado capital que se paga con la persecución y la hoguera palaciega.

Por eso y aunque nade en la inmundicia de la corrupción propiciada por su gobierno donde los beneficiarios son integrantes de su familia y lacayos más cercanos, él ha de defenderlos y redimirlos pues se purifican con la lealtad a ciegas que le profesan (convenientemente).

Con esa fidelidad convenenciera es por la que muchos adultos mayores dicen que lo veneran porque les da dinero “como nunca nadie” sin pensar en sus hijos y nietos a quienes heredarán un país sin crecimiento y desarrollo, sin libertades en medio de una creciente violencia provocada por la inacción cómplice contra la delincuencia de la cual, afirman, recibió apoyo financiero y logístico.

Porque además al ser encarnación de la ley y la justicia, el tlatoani condena, critica, exhibe y ofende libremente y no acepta réplica y cuando la hay, se escuda cobardemente en una abollada investidura presidencial, en su representación personal del pueblo mexicano y arremete, se victimiza y hasta hace suyo el recurso patriotero de defender la independencia nacional, que también es suya.

Dueño de la democracia, llama a los otros, a los legítimos opositores, representantes de los más oscuros intereses, de una oligarquía que hoy, el propio caudillo encabeza junto con sus hijos, hermanos y miembros de su cártel.

Para él, el único demócrata con autoridad moral, es el machuchón de Palacio Nacional, su prole y compinches, aunque todos estén sumidos y chapoteen en un pantano de corrupción que todos los días se les echa en cara. Más allá, el propio ganso es el dueño del poder que emana del pueblo.

Desmiente desde su púlpito mañanero toda denuncia contra él o los suyos e intenta desvirtuar investigaciones nacionales e internacionales en torno al porqué de su tibieza o complicidad con delincuentes, colocando a todos, especialmente periodistas como complotistas merecedores del fuego eterno.

Lo curioso que no pasa del dicho y la condena verbal, es incapaz (en sus dos acepciones) de desmentir con pruebas de lo que se le acusa o de lo que se le sospecha.

Por eso no demanda, se encierra en su corral para vociferar, exhibir y violar la ley, aun que como ya dijo, está por encima de cualquier norma, pero no acude a tribunales ni presenta pruebas de lo contrario.

Unos días que está muy enojado, otros que esté espantado, pero los hechos son contundentes, la corrupción en su mandato se convirtió en sello característico, sus hermanos e hijos roban a su gusto, el crimen, mata, somete y esclaviza a los mexicanos con resultados de 180 mil asesinatos, 48 mil desaparecidos, ganancias por miles de millones de dólares en extorsiones, asaltos y tráficos de humanos, armas y drogas además de la toma de cargos y oficinas públicas.

Y todo, con la impunidad que un “jefe de las fuerzas armadas” permite al ordenar que no enfrenten a los criminales, que no caigan en provocaciones de los delincuentes y abandonen plazas y al pueblo bueno a su suerte.

Esa es la chachalaca tabasqueña, el iluminati que nació para mandar, dominar y gobernar más allá de los límites geográficos y legales simplemente porque él, es la ley, encarna la democracia y como dijera el que les conté, es el Estado.

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