Visión Crítica
Leopoldo González
La virtual presidenta electa, la señora Sheinbaum, quien recibirá un país complicado y que es un hervidero de problemas, tiene ante si dos alternativas para gobernar: una es dedicarse a los temas ideológicos y políticos que deja pendientes el inquilino de Palacio, y otra enfrentar y resolver los problemas reales del país.
El primer camino supone desahogar el Plan C: ir por las reformas judicial y electoral, supeditar a la GN al mando militar, eliminar o cooptar gradualmente a los organismos autónomos y proceder al diseño de un presidencialismo concentrado, sin apertura al diálogo ni disposición política para negociar.
Si se sigue este primer camino, anclado en cierta intoxicación de poder, implicaría que las minorías de dos tercios del país no existen o no son dignas de ser tomadas en cuenta y que la virtual presidenta electa gobernaría, sí, pero únicamente para un tercio del país en el que están considerados solamente sus seguidores y electores.
Seguir este camino, el del desprecio y el ninguneo de los otros, puede afianzar y consolidar la opción guinda en todo el país, y en una elección tras otra, pues los dineros de todos se usarían en alimentar el parasitismo social improductivo de izquierda y en dar rebanadas de poder a ese mismo sector, lo cual no sería cuerdo ni razonable: que sólo tengan gobierno 35 de 130 millones de mexicanos podría conducir a una mayor quiebra de la economía, a huelgas laborales y de impuestos, a cierres masivos de empresas y, eventualmente, hasta a una sublevación civil.
Ya ni agreguemos a los miles o millones de mexicanos que ya empezaron a irse, y que sin duda se seguirían yendo del país, en una auténtica diáspora ideológica y política, ante la evidencia de un gobierno excluyente que sólo ve, trabaja y gasta en las necesidades y aspiraciones de una caricatura de país compuesta por la pírrica cifra de 35 millones de redes clientelares de un partido.
Si la señora Sheinbaum quiere pasar a la historia del mejor modo posible, como una figura rescatable y no como la heroína de un sectarismo político de tonos ultraradicales, entonces, por lógica, tendría que desplegar acciones y decisiones consecuentes con el segundo camino: el de la consideración del otro y la inclusión de quienes piensan diferente.
En la historia de las ideas políticas, no es digno ni le da brillantez a nadie hacer fila en la huella de los Stalin, Stroessner, Mussolini, Pinochet, Castro, Idi Amin Dada, Ferdinand Marcos, Hugo Chávez, Ortega y otros émulos de las peores satrapías que conoce la historia.
El segundo camino es más modesto, pero es el más recomendable y visionario para una mujer que está ante la oportunidad de hacer historia: la primera mujer que altera el paradigma del machismo político, puede ser la primera que haga escuela eliminando la toxicidad del poder y gobernando para todos: gobernar para todos implica -como es el caso- no hacerlo para una pandilla, sino en favor del pluralismo democrático.
Ahora bien, la verdadera grandeza implica muchas cosas, pero, entre otras, saber marcar tierra de por medio frente a quien sea y decidirse a darle un sello propio a la tarea de gobernar.
El país que fue excluido de la acción de gobierno por el radicalismo tropical, sigue esperando que la borrachera y la cruda de poder pasen, porque no está dispuesto a seguir financiando delirios ideológicos ni aventuras políticas irresponsables.
Alguien podría decir que 35 millones de votos hablan. Yo podría decir que más de la mitad de esa cantidad de votos tiene sus peros y sus “asegunes” (y lo saben), pero que la voz de 95 millones de mexicanos es más contundente.
Se trata de volver la vista al país real, al del desempleo y la falta de crecimiento económico, a la nación apocada sometida por el miedo a los cárteles criminales, al país de millones de ciudadanos angustiados que no ven su suerte: precisamente ahí, donde late el México del dolor.
El radical obtuso casi siempre interpreta mal o distorsiona el mandato de las urnas: ninguna mayoría simple o calificada equivale al poder absoluto, y además las mayorías lo son con respecto a las minorías: el poder total no existe, ni siquiera para aquellos que lo imaginan.
En un elemental ejercicio de racionalidad política, y para evitarle al país deterioros mayores y farsas sangrientas, debería distinguirse con claridad lo que es la agenda de la 4T y lo que es la agenda del México real.
Una reforma judicial y una reforma electoral no son obstáculo ni problema en el México real: en el México real el problema es resolver la crisis de violencia delincuencial que vive el país, como condición para resolver el problema de crecimiento económico que afecta a todos.
Eliminar o cooptar organismos autónomos es un problema de telarañas mentales, que en nada atañe al México real: el México real tiene un déficit en las finanzas públicas que es el más grande en dos décadas, además de un endeudamiento externo de poco más de 10 billones de dólares.
El México real no espera soluciones a falsos problemas planteados por un partido, sino soluciones líquidas y concretas a problemas líquidos y concretos. Ojalá la presidenta electa no olvide, científica y estadísticamente hablando, que un país de 130 millones de mexicanos en nada se parece a un país mental de 35 millones de mexicanos.
Pisapapeles
México puede ser muchas cosas, pero no un campo de experimentación ideológica.
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