LA COSTUMBRE DEL PODER
Gregorio Ortega Molina
*El deber cumplido de desaparecer el proyecto aeroportuario de Texcoco, para satisfacer alguna exigencia impuesta a quien nunca quiso ser florero, pero irremediablemente lo es, puesto que no todas las decisiones son suyas
*Nunca sabremos quién o quiénes cumplieron con su deber al asesinar y desaparecer a los normalistas de Ayotzinapa, porque así lo dispuso quien hoy está al frente de la titularidad del Ejecutivo, en la idea de que al proceder conforme a su voluntad garantiza esa impunidad que se requiere para que el presidencialismo, la institución presidencial funcione, tal como en entrevista y en arranque de completa sinceridad, Miguel de la Madrid Hurtado reconoció a Carmen Aristegui
El deber cumplido fácilmente adquiere la dimensión del quebranto a la ley, la ética, la moral, el fundamento constitucional y las más elementales formas de convivencia y empatía. Hay lecciones de ello en nuestra historia y en el mundo.
La satisfacción de Rodolfo Fierro descrita por Martín Luis Guzmán en ese capítulo de La fiesta de las balas, contenido en El águila y la serpiente, se codea con la imagen que Martin Amis nos hereda de José Stalin en Koba el temible. Solazarse en la muerte de los que caen a tu lado porque así lo decidiste es, en cierta medida, cumplir con ese deber que te encomienda la violencia legítima del Estado. Aunque claro, eludir ese mandato y optar por los abrazos, por temor a mostrar lo que se es, trae mayores consecuencias de las previstas, como las muertes que se deben al pésimo combate al Covid-19.
Álvaro Obregón, general de la Revolución y presidente de México, siente que es su deber conculcar el mandato sagrado de la no reelección, y se las ingenia con una reforma constitucional, que se ve truncada por la imaginación y el deber religioso y patriótico de la madre Conchita y Miguel Agustín Pro. La aventura se cancela antes de darse por iniciada, no sin el regodeo previamente logrado en los crímenes políticos de Topilejo, Huitzilac, Francisco Serrano, Felipe Ángeles. Nunca mejor narrado que en esa formidable ficción de Los recuerdos del porvenir.
Pompeyo, César, Calígula, Nerón, Tiberio, consideraron haber cumplido con su deber para preservar la grandeza de Roma. No importaron los muertos, como tampoco inquietaron los ausentes a Gustavo Díaz Ordaz, quien se armó de valor civil y político, y el 1° de septiembre de 1969 reconoció haber cumplido con su deber el 2 de octubre de 1968.
En cuanto lo ocurrido ayer, nadie se hace responsable de la muerte de Luis Donaldo Colosio, José Francisco Ruiz Massieu y, antes, de Manuel Buendía, porque José Antonio Zorrilla Pérez únicamente fue la tapadera de Manuel Bartlett Díaz y, por qué no, de nadie más.
Nunca sabremos quién o quiénes cumplieron con su deber al asesinar y desaparecer a los normalistas de Ayotzinapa, porque así lo dispuso quien hoy está al frente de la titularidad del Ejecutivo, en la idea de que al proceder así garantiza esa impunidad que se requiere para que el presidencialismo, la institución presidencial funcione, tal como en entrevista y en arranque de completa sinceridad, Miguel de la Madrid Hurtado reconoció a Carmen Aristegui.
El deber cumplido de desaparecer el proyecto aeroportuario de Texcoco, para satisfacer alguna exigencia impuesta a quien nunca quiso ser florero, pero irremediablemente lo es, puesto que no todas las decisiones son suyas.
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