Descubrieron una Placa para Recordar al Médico

A L F A O M E G A

*Una Dramática Historia Familiar Al Llegar al D.F.

*Lloraron al Médico de Barrio, al Médico del Pueblo

La negativa de No Invitar al Rey de España, a la Toma de Posesión de la Primera Presidenta de México es Una Imposición más del tabasqueño y un Error Diplomático de la Nueva Mandataria. Ambos desconocen los Tratados de Santa María Calatrava, de 1836. España reconoció la Independencia de México y pidió perdón al pueblo por lo ocurrido en 1521.

JORGE HERRERA VALENZUELA

Recordar a un personaje, siempre habrá de llevarnos a conocimientos certeros de la vida que llevó y contestar a la doble interrogante de quién fue y qué hizo para ser inmortalizado.

El pasado martes 24 del mes que está concluyendo, en el Barrio Bravo de Tepito, lugar icónico de la Capital Mexicana, se recordó a un médico cirujano que destacó por su humanismo al ejercer esa profesión, durante un cuarto de siglo en ese rumbo citadino.

Al ser develada la placa en la fachada del edificio de la Clínica de Beneficencia Pública 3, ubicada en la esquina de Tenochtitlán y Rivero, en pleno corazón de Tepito, se rindió póstumo homenaje al hijo de Lagos de Moreno, Jalisco, al médico cirujano, novelista, ensayista y político Mariano Azuela González, autor de muchas frases y una es: “Amo a la Revolución, como al volcán que irrumpe”.

En su tierra natal fue nombrado jefe político y también se desempeñó, estatalmente, como Director de Educación.

Correspondió al abogado Mariano Azuela Güitrón develar la placa. Nieto del homenajeado y ex Presidente de la Suprema Corte de la Nación.

Testigos: el abogado y político Jesús González Schmal; el secretario de la Academia Mexicana de la Lengua, Felipe Garrido; un representante del Fideicomiso de la Ciudad de México y el doctor Sergio Ochoa Álvarez.

Los restos del multifacético jalisciense, autor de Los de Abajo, están en la Rotonda de las Personas Ilustres, desde finales del régimen del presidente Miguel Alemán Valdés.

Miembro fundador de El Colegio Nacional, Mariano Azuela rechazó, inicialmente, formar parte de la institución creada en 1943. “Díganos el nombre de otro escritor que participó en la Revolución Mexicana, que puede estar en lugar de Usted “, le dijeron. Al no haberlo, aceptó la honrosa distinción.

El quinteto de novelistas revolucionarios se complementa con Nellie Campobello, Martín Luis Guzmán, José Rubén Romero y Gregorio López y Fuentes. El segundo, autor de La Sombra del Caudillo y El Águila y la Serpiente; villista como Azuela González.

PERSEGUIDO POR VILLISTA

Después de titularse en la Universidad de Guadalajara como Médico Cirujano, Azuela González ejerció su profesión, interrumpiéndola para sumarse a las filas villistas del general A. Medina y servir como médico castrense. Contaba que fue una valiosa experiencia que se reflejó en sus novelas.

Al ser derrotado Pancho Villa por los carrancistas, el médico y ya autor de sus primeras diez novelas, tuvo que exiliarse a El Paso, Texas. Las vivencias que tuvo en los campos de batalla fueron la base para redactar su grandiosa novela, “Los de Abajo”, en 1915.

Empezó a escribir en 1896, pero fue hasta 1907 cuando apareció su primera novela titulada María Luisa. A ella siguieron Los Fracasados, Mala Hierba y Andrés Pérez, entre 1908 y 1911. En forma fragmentaria en el periódico “El Paso del Norte” se publicó “Los de Abajo”, de octubre a diciembre de ese año.

Mariano Azuela retornó a Guadalajara. No podía permanecer en tierras tapatías, porque lo buscaban los carrancistas por ser villista. Se desplazó al Distrito Federal, hoy Ciudad de México. A su esposa doña Carmen Rivera de la Torre le encomendó vender los enseres domésticos y trasladarse con hijas e hijos a la Ciudad de México.

Únicamente no era vendible el instrumental del doctor Azuela. Lo trajo la señora Rivera de la Torre.

SE QUEDARON EN LA CHILLA

Mientras la Familia Azuela Rivera comercializaba sus bienes, el doctor Azuela González consiguió una habitación en la calle de Comonfort, en Peralvillo. Supuestamente era provisional su estancia en ese lugar y con el dinero que reuniría doña Carmen, buscarían alojamiento en otro rumbo de la Ciudad.

Llegó la esposa de don Mariano con sus hijas e hijos. Viajaron en ferrocarril, cuya terminal en aquellos años era conocida como Estación Colonia, que hoy es el espacio, desde la calle Manuel María Contreras hasta Insurgentes Centro, que ocupan el Hospital Colonia, el Jardín del Arte y el Monumento a la Madre.

Lo que iba ser un feliz encuentro familiar, fue el principio de una etapa dramática. Don Mariano saludó a su cónyuge, a sus hijos y le preguntó a doña Carmen: “¿Traes dinero?, ¡Sí! ¿Monedas o billetes?, la inmediata respuesta: “Billetes”.

La vida cambió en un segundo. Ese día, el presidente Venustiano Carranza había decretado anular el valor de los billetes. Imaginémonos los rostros de los esposos que habían contraído nupcias en 1899 y ahora sus ahorros, el dinero obtenido en la venta de sus bienes, no tenía validez.

Aplico el dicho popular de “Me quedé en la chilla”. Esto es equivalente a no tengo nada de dinero.

Padres, hijas e hijos, sin un centavo en ese momento. Ni para transportarse hasta Peralvillo. Don Mariano, doña Carmen y la prole se puso a caminar por las calles defeñas, hasta Comonfort.

Salvador, el hijo mayor, nacido en 1902; le siguieron Mariano, Carmen, Julia, Paulina, Luz María (mamá de mi maestro Oscar González Azuela), Agustín, Esperanza, Antonio (papá de la escritora Marina Azuela Herrera) y Enrique, el peque de escasos cuatro años.

¡Lo que hubo de trabajar el doctor Azuela González! En el domicilio particular, un cuarto, adaptó su consultorio. Fue una temporada muy difícil, sin que el laguense perdiera fe, siguió adelante para sostener a su familia, dando margen para la educación escolar de hijas e hijos. Jamás se dejó abatir.

Un detalle anecdótico. El novelista encaminó sus pasos hacia las oficinas del diario El Universal. Se entrevistó con el director, Félix Fulgencio Palavicini Loria, tabasqueño culto, diplomático, Diputado Constituyente de 1917 y fundador director del diario El Universal.

Palavicini tuvo en sus manos un ejemplar de Los Caciques y pidió la opinión de sus colaboradores, a efecto de publicarlo. No le dieron el visto bueno, pero el tabasqueño dijo que a él si le había gustado y se publicaría.

De inmediato, Palavicini, entregó cien pesos al novelista. Parte de esa “cuantiosa suma” fue para comprar un traje y tener mejor presencia frente a sus pacientes.

NO LO LEYERON, LE LLORARON

La emotiva ceremonia que se realizó al mediodía del martes 24, tuvo un sesgo inesperado. La placa alusiva al reconocimiento al Doctor Mariano Azuela González, fija en la fachada de la Clínica 3 de Beneficencia Pública de la Ciudad de México, atrajo a gente del pueblo, a comerciantes y viandantes tepiteños. Se sumaron a los invitados de los organizadores.

Coincidencia, comento, del destino. ¿Por qué? Porque cuando murió don Mariano y velaban su cuerpo en su casa de la calle Álamo, Santa María la Ribera, el periodista y escritor regiomontano Pepe Alvarado al redactar su artículo, asentó: “las mujeres sin haber leído sus novelas, lloraban al médico de barrio, al médico del pueblo”. Esa gente estaba presente en el homenaje.

El maestro e historiador Oscar González Azuela, nieto de don Mariano, improvisó unas sentidas palabras, recordando al hombre que luchó arduamente de 1922 a 1947 como médico y escritor, junto a su esposa, hijas e hijos, que pasaron los siete años (a partir de 1916) grandes limitaciones económicas.

También nos dijo González Azuela que su abuelo pasaba horas enteras en las bancas del Jardín de Santiago Tlatelolco o en el de Nuestra Señora de los Ángeles, en la colonia Guerrero. Por esos tiempos dio vida a sus relatos novelescos en los libros El Desquite y La Luciérnaga.

“El doctor Azuela recordaba que la flor y nata del hampa metropolitana acudía a la Clínica 3, en donde daba consulta, sin haber sufrido jamás una ofensa, ni siquiera de palabra”, expresó el nieto de quien fue un multifacético escritor.

En cierta ocasión lo entrevistaron y le preguntaron si había participado en el Movimiento Armado, en la Revolución Mexicana, contestó: “Fui un idealista de estetoscopio”. Efectivamente atendió a los combatientes heridos y a los que se enfermaban.

Algo que siempre le preocupó al abuelo, narró González Azuela, “La miseria de los padres que no tenían con qué dar de comer a sus hijos”. Don Mariano fue un humanista cien por ciento. Por eso la gente lo quería, admiraba y respetaba.

Al hombre que, en marzo de 1952, se le rindieron honores en el vestíbulo del Palacio de Bellas Artes y por acuerdo presidencial fue inhumado en la entonces Rotonda de los Hombres Ilustres, en el Panteón Civil de Dolores, en uno de sus apuntes escribió:

“Yo siempre he defendido a los de abajo contra los de arriba: y si los de abajo de ayer no han sabido darse cuenta que son los de arriba de hoy, es cosa de la que yo no tengo la culpa”.

jherrerav@live.com.mx

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