La reforma del sistema de seguros en México

VISIÓN CRÍTICA

Leopoldo González

En México vivimos una época de parteaguas y de grandes redefiniciones, cuyas turbulencias y oleadas poco a poco lo cubrirán todo, incluida el área de riesgos y seguros en sus distintas modalidades.

La percepción de que algo termina y algo comienza no es uniforme ni enteramente esperanzadora, pues, junto a ella, ciertas estadísticas y algunas señales alertan que México no avanza al ritmo que debiera ni se mueve en el sentido correcto.

A la sombra de instituciones que lo protejan, con un diseño jurídico confiable y bajo un modelo económico que considere el interés, la satisfacción y el bienestar de todos, los individuos y las familias se sienten seguros; las empresas ven en el poder gubernamental un aliado para sus planes de expansión y el clima económico estimula el emprendimiento y las ganas de crecer.

Sin embargo, nada más alejado de la realidad actual que eso.

Las pólizas de seguro tienen esquemas de cobertura que previenen y protegen casi todo: cirugías menores y gastos médicos mayores, incendios, inundaciones, vehículos, arte, obras en construcción, bienes y patrimonios. Se podría decir que todo, o casi todo, es susceptible de ser asegurado en materia de siniestros, pero algo falta: la cuota de incertidumbre de decisiones alocadas en el piso social puede apuntar al deterioro y generar una economía del riesgo, como ocurre hoy en el país.

México optó por el populismo ideológico en 2018 y volvió a hacerlo en 2024, sin considerar que el modelo de subdesarrollo sostenible más eficaz para arruinar a un país es el populismo económico, pues induce la incertidumbre y el deterioro como sistema y lleva en el mediano plazo a la quiebra de la empresa y la economía, como lo demuestran varios casos en el espacio latinoamericano y caribeño.

Un ejemplo de esto es el riesgo que enfrenta la aseguradora francesa AXA, a la que el Servicio de Administración Tributaria (SAT) le exige pagar un 16% de IVA sobre los pagos por siniestros y compra de seguros, algo que nunca se ha hecho ni se le ha exigido a la empresa desde que AXA opera en México.

AXA interpuso en días pasados un arbitraje internacional contra el gobierno de México, en el que, amparado en el Acuerdo de Protección Recíproca de Inversiones entre México y Francia, reclama diversas violaciones al acuerdo por parte del gobierno, incluido el hecho de que nunca se ha pagado ese impuesto y el que, siendo un asunto “delicado y sensible”, se debería privilegiar la negociación y el poder llegar a un acuerdo con la empresa, en lugar de poner en riesgo su viabilidad financiera, orillarla a la quiebra y provocar el despido de cientos de trabajadores.

Nuestro país, de acuerdo con el Banco de México, cerró 2024 con un déficit fiscal de 5.9% como proporción del PIB, el más alto en tres décadas, y la apuesta central del gobierno es salvarse a sí mismo antes que salvar a las empresas que hacen andar a la economía. Por ello, la estrategia de apropiarse los 2.4 billones del Infonavit, que equivalen al 7.5% del PIB, y la de intentar cobrar cinco años de IVA a AXA, que sumarían una recaudación cercana a 200 mil millones de pesos, son un manjar apetitoso para aligerar el déficit fiscal de un gobierno en situación de insolvencia financiera.

Si el poder deja de ser fuente de iluminación y de respuestas para el hombre y el ciudadano, como lo era antiguamente, caminamos sobre asfaltos y andamios de fragilidad en los que el siniestro nos puede salir al paso y tomar todas las figuras del silogismo.

México parece andar a oscuras por su propia casa: después del asidero está la zozobra y más allá del andamio está el vacío, donde hacen falta enfoques de previsión y prevención que medio amortigüen el desánimo social y empresarial.

Recientemente, en un foro internacional celebrado en Buenos Aires, Argentina, el empresario Ricardo Salinas Pliego deploró lo que “los zurdos” hacen en parte del continente y en México, donde “el entorno se está viniendo abajo”. Su crítica fue puntual: “Si el entorno, en donde estamos operando, se viene abajo (como se está viniendo abajo en mi país, en este momento) nuestros negocios también se vienen para abajo”. Y agregó: “Si tenemos un seguro contra incendios, y nunca se incendia tu edificio, y un seguro contra inundaciones, y hay pocas… ¿por qué no compramos un seguro contra el entorno?”.

Al margen de cómo ve y cómo vive cada quien la caída del entorno en México, lo cierto es que la cuota de deterioro institucional y de riesgo social que padecemos los mexicanos se sustenta en cifras.

Elemento de riesgo para la economía de un país es la deuda pública externa, que, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), el gobierno anterior elevó de 13.73 a 16.7 billones de pesos al cierre de septiembre de este año, lo cual representa un aumento de 13.6 puntos porcentuales y equivale al 60.9% del Producto Interno Bruto (PIB) del país. A esto debe sumarse que PEMEX es la petrolera más ineficiente y endeudada del mundo, que en este momento debe a proveedores alrededor de 400 mil millones de pesos.

Otro elemento de riesgo es inyectarle recursos presupuestales anuales a empresas inservibles y no rentables como el AIFA, la refinería Dos Bocas y el Tren Maya, que además de haber significado costos injustificados e “inflados” para alimentar los circuitos de la corrupción familiar en el poder, no generan riqueza y a cambio demandan sumas estratosféricas para operar. Según datos oficiales, el AIFA sigue sin ser autofinanciable y opera con números rojos; Dos Bocas sigue sin refinar un solo barril de petróleo a pesar de haber invertido ahí unos 400 mil millones de pesos; el Tren Maya, aún sin terminar, sólo recupera el 1% de sus costos de operación y obliga a un subsidio anual de casi 12 mil millones de pesos desde su inauguración.

Otro elemento de riesgo, muy ligado al desempeño económico y a la cultura del seguro contra riesgos, es la metástasis criminal que vive México, la que no parece tener fin, pues en los primeros sesenta días del actual gobierno el país se colocó como el primer lugar mundial en delincuencia organizada, al margen de que es también el del mayor índice de corrupción de los que integran la OCDE.

Las aseguranzas, en general, tendrían que experimentar un rediseño o la creación de otros esquemas y nuevos rangos de prevención y protección, pues los riesgos y daños potenciales a que está expuesta la población se están ampliando y diversificando a gran velocidad y escala, al punto de que los catálogos y coberturas de las pólizas están siendo rebasados por la realidad de un mercado en el que los seguros habituales no son ya suficientes para responder a las necesidades de los clientes, las empresas y el gobierno.

Las coberturas de riesgo, daño y siniestro hoy vigentes en la mayoría de las compañías de seguros, se refieren casi todas a imprevistos y a accidentes o catástrofes naturales de la vida común u ordinaria de las personas. El punto es que México, hace años, superó los planos predecibles de la vida ordinaria y brincó a tiempos recios y extraordinarios, lo que implica para las aseguradoras una actualización de sus esquemas de prevención y protección y el disponerse a trabajar en contextos en los que la caída del entorno apunta al deterioro, a la incertidumbre, al riesgo sistémico.

El surrealismo mexicano descubierto por André Bretón en 1924, hace un siglo, es una forma de escapismo artificial que cree burlar la realidad con el matiz, el suavitel, la picardía y el ingenio, sin tener en cuenta que la realidad es irreductible a los retruécanos de la treta propagandística y el metadiscurso demagógico.

La realidad no cambia ni mejora por el simple hecho de ignorarla. Tampoco cambia ni mejora porque una operación ideológica cambie la horma discursiva y altere el contenido de las palabras para nombrarla. México vive un desplome real en todas las costuras del entorno nacional, al margen de la socarrona incapacidad maquiavélica del lenguaje oficial para nombrar la realidad.

Ha juzgar por lo que hoy vivimos, México parece un herido de gravedad obstinado en negar sus moretones y hemorragias; un paciente de terapia intensiva que alega no padecer ningún quebranto serio de salud; un moribundo que escribe su epitafio como si fuese a vivir siete veces la vida de Matusalén.

La cuota de desánimo y de mal humor social que significa la caída del entorno, no sólo implica un incremento de las tasas de enfermedad social, emocional y mental en las personas, sino el aumento exponencial de una economía del riesgo en las empresas, el abandono de proyectos que podrían generar riqueza y desarrollo, la cancelación de planes individuales y corporativos, el apagamiento de iniciativas individuales, refrenar dinámicas de expansión en la industria e, incluso, condenar a varias generaciones a la frustración económica y existencial.

La experta en fianzas y seguros, Clara Tony, expresó que “el trabajo legislativo y gubernamental que tendría que hacerse para mejorar esquemas y coberturas de riesgo y daño, no sólo es importantísimo en el México actual, sino que será mucho más importante con el correr de los años, cuando se vea que en un entorno de franco deterioro es vital para una sociedad apostar a la cultura del seguro”.

México no tiene otro camino: mejorar y perfeccionar los instrumentos habituales y convencionales de la cultura del seguro, pero además actualizar y modernizar sus catálogos y su visión, porque la caída del ánimo emprendedor y del entorno económico es una realidad dolorosamente presente.

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