Trump a escena
Leopoldo González
Desde que ganó la elección presidencial en los Estados Unidos, el martes 5 de noviembre, Donald J. Trump se convirtió en una especie de auditor de hierro de la política internacional.
Apenas hay rincón del planeta que no abrigue temores, no encomiende su alma y su destino a los santos del cielo y la tierra y no haya declarado una jornada de oración por lo que Trump puede llegar a hacer desde la Casa Blanca.
Trump es un presidente rudo y beligerante: un mecha corta que abriga un profundo desprecio por la corrección política, pues lo que busca no es caer bien sino conseguir los resultados que exige su visión política.
Buscar resultados independientemente de la dureza y los medios que se empleen, es una característica central en un hombre hecho y curtido en la puja de los negocios y en la negociación empresarial a la alta escuela. Sin ser un político profesional -lo cual es una ventaja- Trump es una “chucha cuerera” de la política en el sentido maquiavélico de la palabra: practica el rudo arte de salirse con la suya, sin compasión ni conmiseración hacia el interlocutor o adversario.
En un medio como el de hoy, en el que la decencia y la corrección política no son moneda fina sino corriente, la personalidad de Trump no deja de ser impactante, perturbadora y contracíclica.
En su interior -en el de Donald Trump- se agita un manojo de nervios y pulsiones que podría inaugurar una nueva era política, para bien o para mal.
El ´hubiera´ no existe en la historia, lo sabemos. Si con Kamala Harris en la Casa Blanca las cosas no hubieran sido fáciles para México, por el tiradero de país que hay por acá, con Trump se ponen más difíciles y complicadas de lo imaginable.
Las tres prioridades de Trump con México se refieren a temas que acá se han descuidado o ante los cuales parecemos muy vulnerables: migración, todo lo relativo a las cláusulas del T-Mec y la actitud indigna y poco seria que hace más de seis años se ha adoptado frente a la criminalidad organizada.
Es decir, nuestro país estará más cerca de EE.UU de aquí en adelante, no tanto porque sea un socio confiable, sino por los niveles de preocupación y conflicto que representa para la Casa Blanca, la CIA, el FBI y la DEA. Si México es una migraña que el propio gobierno no sabe, no quiere o no le conviene curar, el trumpismo será una migraña y lo que le sigue si México quiere seguir jugándole al pachuco contracultural o al rebelde bragado, romántico y primitivo, según se estila en el actual gobierno.
Las primeras señales que Trump ha enviado a México traen acero blindado y una actitud terminante: habrá millones de deportaciones de indocumentados, freno a la migración ilegal desde el sur hasta el Rio Bravo, combate frontal y con grupos de élite al terrorismo delincuencial, revisiones continuas del T-MEC para obligar a México a respetar lo firmado (perdió ya el panel de controversia sobre transgénicos) y, en fin, todo un combo de acciones frente a las que el gobierno no está reaccionando de la mejor manera.
Hay algo que podría ser peor: en círculos de Canadá y EU se habla de México como “puerta trasera” de productos chinos, al tiempo que en círculos empresariales se lamenta “el clima de putrefacción traído por la izquierda a México”, lo cual podría desembocar en una escandalosa expulsión de México del T-MEC.
Stephen Miller y Tom Homan, autores de línea dura de Trump en su primer mandato, por su temple radical habrían sido suficientes para el tema de la migración y evitar la invasión silenciosa que ya pesa en el sueño americano. No obstante, Trump reforzó el equipo nombrando a Susie Wiles jefa de Gabinete de la Casa Blanca: la misma que como jefa de campaña afiló narrativa y adjetivos para hacer frente a la amenaza de la migración.
Una muestra de la adrenalina que provoca México, es que en días pasados fue llamado el embajador Ken Salazar por el Departamento de Estado a Washington, para informar a Trump y a sus asesores el pulso del gobierno mexicano sobre la migración, el T-MEC y el crimen organizado. Es decir, en Washington ya se afilan y se perfilan políticas, antes de la toma de posesión, para hacer frente al “caso mexicano”.
Trump ya creó una figura inédita para la línea fronteriza: nombró a un “zar de la frontera”, quien trabajó como policía y en investigaciones criminales durante 34 años en la frontera con México. El nuevo zar es tan rudo como Stephen Miller y tiene una gran identificación con el enfoque criminal con que el presidente Trump observa a México.
Antes de cerrar estas notas, ha trascendido que el próximo secretario de defensa de los Estados Unidos será un veterano de guerra, el general condecorado Pete Hegseth, quien buscará hacer respetar a su país con una sola consigna: “Paz por medio de la fuerza”.
Ante este panorama, el gobierno mexicano no ha mostrado lucidez ni determinación, sino respuestas genéricas, desconcierto y tibieza.
Si una noche cobija a México y no es poca cosa, dos noches cobijando a un país podrían ser un exceso imperdonable.
Pisapapeles
México está tan cerca de los Estados Unidos que Trump lo trae entre ceja y ceja.
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