Mutilar un país
Leopoldo González
Ayer martes, en la sesión de la Corte para declarar la procedencia o no de una acción de inconstitucionalidad, interpuesta por partidos de oposición para impugnar la reforma judicial impuesta en el pleno por las bancadas de Morena, trascendieron dos asuntos delicados y de la mayor trascendencia para el país.
El primer asunto se refiere al arresto de un asesor de la ministra Norma Piña, que al margen de si es culpable o no de algún delito, refleja el clima de linchamiento y persecución que ha desatado el gobierno ilegítimo de la señora Sheinbaum sobre los ministros y el personal de la judicatura que no se le someten.
Podrían enlistarse y esgrimirse cientos de casos en que personal del poder judicial ha sido señalado, espiado, acusado y amenazado por no plegarse a los dictados de Morena y de la Secretaría de Gobernación, pero invocar el punto sólo es relevante para indicar que hay una feroz persecución política contra quien piense diferente y ose rebelarse al manual autoritario de los que habiendo perdido ejercen el poder.
El segundo asunto fue noticia junto con el primero, pues señala que después del arresto del asesor de la ministra “la fiscalía de la CDMX va por Pérez Dayán” por supuestos abusos contra una trabajadora de escasos recursos y una magistrada federal, y el caso podría ser materia de un juicio de procedencia en el legislativo para desaforar al ministro y arrestarlo.
En ambos casos, el mensaje entre líneas corresponde a un comportamiento mafioso: indica que quien se oponga a la visión y al estilo de la 4T es, para ese club de los iguales, denostable y prescindible, además de advertir que quien tiene el poder lo va a usar como sea, contra quien sea y con los métodos que se le antojen, sean o no compatibles con la ética del servicio público, con tal de que nadie pueda impedir el ingreso del pueblo mostrenco a la especie de Tierra Prometida que tiene luminosa y beatíficamente preparada la 4T para México.
Tengo conocidos y amigos de todos los espectros del cuadrante ideológico, que no avalan ni ven con buenos ojos la pendiente autoritaria de tipo fascistoide por la que se conduce a nuestro país.
También hay conocidos y amigos cercanos a ese proyecto o que militan en él, que no ocultan cierto encanto o fascinación hacia los desplantes y el palabreo “populachero”, en algo que para mí representa, de frente y sin ambages, no otra cosa que el peligro de instaurar entre nosotros la plusvalía ideológica de los demonios del fanatismo.
Hay otra clase de amigos, de una izquierda bien nacida y no peleada con el pensamiento racional y la práctica democrática, que no dan crédito a las decisiones de gobierno y hacen la crítica abierta del conocido temple dictatorial que el obradorato le imprimió a esa causa, el cual sigue a pie juntillas la señora Sheinbaum.
Si la estupidez masificada fuese volátil no habría nada que lamentar en ella, excepto su impune y criminal contaminación de la litósfera y la estratósfera. Sin embargo, el peligro es grande cuando la maldad y la estupidez creen haber tomado por asalto el templo de la conciencia y las luces de la razón: en tal caso, no puede decirse sino que el peligro es terminal.
El peligro en que se halla México es grave y mayúsculo. Por ello, debería debatirse en la academia, en la calle y la plaza pública. Sin embargo, el problema central de la discusión pública es que hay un gobierno que no quiere debatir, pues lo fácil para él es el uso de argumentos verticales de poder, que de suyo cancelan el torneo de razones y el cotejo de ideas.
Es extraño y demencial lo que ocurre en México, pues las urnas no mandatan no dialogar; las urnas no mandatan no llegar a acuerdos; las urnas no mandatan inhibir la fuerza del consenso plural; las urnas no mandatan excluir porril o cavernícolamente a las minorías. Es decir, si en un sistema democrático se espera cierta decencia y categoría por parte del “vencedor”, en México ser mayoría artificial parece consagrar el derecho al abuso y a la arbitrariedad contra el diferente.
Esto es lo que vimos en días recientes, cuando el bufón de la FGR se dispuso a ser tapete de cáñamo del poder presidencial, en la idea de someter a proceso de investigación, sin motivo real ni causa probable, a las y los jueces que declararon suspensiones sobre la reforma judicial, incluido el ministro Pérez Dayan que ahora engrosa el estercolero de la deslealtad y la traición que tanto daño han hecho al pueblo de México.
En este sentido, es una mala noticia la existencia de una fuerza en el poder que desea controlarlo todo: controlar lo que pensamos y lo que debemos pensar; controlar lo que podemos y lo que no podemos expresar; controlar lo que podemos y lo que no podemos elegir; controlar lo que tenemos y lo que no tenemos derecho a impugnar jurídicamente; incluso, controlar si tenemos o no tenemos derecho a inconformarnos por actos de gobierno que violenten las garantías mínimas y los derechos humanos de los mexicanos.
Lo que viene es el anuncio de una noche más, el presentimiento de una obscuridad como una lepra colectiva, la anticipación del antiparaíso. La pobreza y la miseria humana son la explicación más rotunda de los fundamentos de una dictadura.
Pisapapeles
Hay que leer “Yo, el supremo”, de Augusto Roa Bastos.
leglezquin@yahoo.com