Leopoldo González
Nuestro país vive un momento muy singular, que podría definirse como jabonoso y gelatinoso y de gran riesgo para la República.
Si la gelatina es viscosa e inestable y carece de firmeza, México es un país de gelatina.
Si es cierto el dicho de que “en la casa del jabonero el que no cae resbala”, nuestro país es el condominio del jabonero mayor y el rascacielos del vendedor más grande de gelatinas, porque el torneo olímpico de moda entre líderes políticos, consejeros electorales y magistrados del TEPJF es ver quién repta con más arte, estilo y gracia.
Lo grave del momento que vivimos es la claudicación de la dignidad y las conciencias, por el hecho de que las minorías políticas y gobernantes, en muchísimos casos traicionándose a sí mismas y traicionando la ley, en 2024 están tomando determinaciones de gran envergadura histórica para colocar a México en la antesala de una dictadura.
México sucumbe día tras día a los caprichos e imposiciones de un personalismo político ominoso que todo lo envuelve, a una narrativa oficial que niega los claros de la razón y el oxígeno de la crítica, a una forma de comunicación gubernamental que escamotea y burla la realidad y la verdad, a cambio de algo sumamente peligroso: normalizar el México de la uniformidad autoritaria.
Adaptarse a los cambios de piel de la historia y a los climas variopintos que puede vivir la ideología y la política en una democracia, es una prueba plausible de flexibilidad y de sinestesia mental. Pero esto que hoy vemos, a partir de las resoluciones de un TEPJF que no entra al fondo de los litigios y los desecha olímpicamente, es acomodar el bolsillo a la suerte del momento y preparar el escenario para una inadmisible claudicación de la República.
Es gelatinoso el arte de mentir sin recato ni vergüenza en la vida pública, y hacer de esta actitud la verdadera política, sin conciencia del mal profundo que se hace al ciudadano y al Estado de que forma parte.
Es gelatinosa la escalofriante facilidad con que personas e instituciones renuncian a ejercer la dignidad profesional -jurídica o política- en sus decisiones y opiniones, para colocarse del lado de los intereses verticales dominantes: es decir, para alinearse.
Si sometemos a análisis la condición humana y nos asomamos a la típica psicología anodina del mexicano, no debería extrañarnos la elasticidad de algunos para el doblez ni el que otros sacien los vacíos de su ego en el arte de negociar la conveniencia propia. Lo que a veces turba y llama la atención, es la gimnástica facilidad de ciertos pueblos para ir al encuentro del desastre, habiendo tenido la opción de forjar un futuro diferente.
La habilidad y prestancia para hacer la apología o el panegírico de hombres oscuros e individuos dislocados, corresponde a la historia y al carácter de cada hombre y cada pueblo. Escribir para ser leído implica una responsabilidad de la mayor trascendencia.
No recuerdo un momento de mayor peligro para la democracia y el Estado en México: por un lado, se coloca a la sociedad mexicana en la peor indefensión de su historia frente a un pacto criminal, como bien señaló Edgardo Buscaglia y, por otro, se la conduce a vivir sometida a un pacto de impunidad con el cambio de gobierno, sin que haya líderes con prestigio moral y estatura histórica que hagan frente a la debacle que viene.
El lenguaje se vuelve gelatinoso cuando la mentira se disfraza de palabrería y ruido verbal, como en el caso de Sinaloa y las consecuencias de la captura de Ismael “El Mayo” Zambada, para ocultar pactos de trastienda de Rubén Rocha Moya y otros que, según informes y evidencias, tienen un cuarto de siglo en aquella entidad.
México vive días sombríos: por un lado, es rehén de fuerzas que actúan en la oscuridad, frente a las que hemos visto a un gobierno cómplice y, por otro, rehén de fuerzas perfectamente visibles que llevan al país a una mayor descomposición, como ocurrió con Venezuela a lo largo de un cuarto de siglo.
Frente a ese panorama, la alternativa ética y humana del INE y el TEPJF pudo haber sido aplicar el artículo 54 constitucional y evitar una sobrerrepresentación legislativa que instala a México, una vez más, en los dominios mentales del “partido casi único”. Lo que terminó por imponerse, sin embargo, fue la lógica gelatinosa del acomodo y el a´i se ven”.
Ojalá me equivoque, pero varios actores y personalismos políticos, por acción y por omisión, están preparando un clima nacional para que México deje atrás el concreto hidráulico y transite, de ahora en adelante, por calles empedradas de una topografía histórica muy accidentada.
¿Cómo fue que México extravió el camino y llegó a los filos escarpados de otro abismo? La respuesta a esta pregunta podrá ser materia de muchos autores y libros, pero, sobre todo, será materia de examen de un cúmulo importante de años.
Pisapapeles
A cierta edad, más válida que la economía de la ilusión es la economía de la esperanza.
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