Mexizuela va

Leopoldo González

Una ola de personalismo y totalitarismo político se adueña de Latinoamérica, con demagogos a los que quizá no conviene esperar el juicio de la historia.

Todo comenzó en 1998, en el momento en que Hugo Chávez tomó el poder en Venezuela, para ya no soltarlo a lo largo de los siguientes 25 años.

México tardó de 2006 a 2018, para facilitar el acceso al poder a un político como López Obrador, que en tres campañas presidenciales ofreció el oro y el moro y terminó vendiendo espejitos y multiplicando la pobreza y el subdesarrollo nacional.

En 2018, tras un proceso electoral en el que abundaron los votantes despistados y que ahora engrosan el ejército cívico de los arrepentidos, México ingresó a una noche que nadie en su sano juicio sabía que sería larga. Hoy está muy claro todo: no piensan soltar el poder a la buena y la noche podría ser noche toda una eternidad.

Según el análisis de miles de actas de la elección presidencial del 2 de junio en México, el inquilino de Palacio y sus peones hicieron un megafraude cibernético electoral, en las urnas, con el registro de población y con el sistema informático, para darle a Morena una votación artificial bajo pedido y a la oposición una votación pírrica que más parece un jaque psicológico: una sofocación del ánimo colectivo.

Las evidencias de irregularidades y del fraude electoral están por todas partes, de acuerdo con despachos prestigiados y con lo que ha dictaminado el TEPJF, pero la intimidación de Estado, la tibieza social y el miedo a ser mal visto por el nuevo despotismo dejan claro que en materia de fibra y agallas Venezuela le da cátedra a México.

El ideal romántico de que México es valiente y no agachón, que es un país con casta y no dejado y que “el México bronco” se lleva en la sangre, es máscara y palabrería de folclor ranchero que debería avergonzarnos, pues la dignidad de un país no se defiende de dientes para afuera sino de dientes para adentro.

Fuera de lo que significan Cuba, Nicaragua, Colombia, Bolivia y otros países para la consolidación diabólica de un populismo continental, según lo ha diseñado el Kremlin, lo cierto es que el populismo en clave venezolana parece estar cerrando su ciclo, en tanto que el populismo chairo y no chairo da sus primeros pasos en esa dirección.

Pese a que está probado por la historia y la estadística que el populismo de izquierda no es limpio sino trinquetero, lleva a la ruina a las naciones y constituye una desgracia en el oficio de gobierno, esto no lo sabe ni lo ve el pueblo raso porque carece de elementos de conocimiento para juzgar y comparar.

En México, hay quienes hacen esfuerzos inauditos para convencernos de que el país no será ni se parecerá a Venezuela. Lo mismo decía el chavismo hace veintitantos años respecto a Cuba: que su país no sería una calca de la isla ni tendría un dictador a la cabeza. Hoy la historia nos da la razón a sus críticos.

Hugo Chávez, hace poco más de dos décadas, eliminó la independencia del Poder Judicial, sometió a la Corte Suprema, hizo del legislativo un “poder popular”, liquidó a los organismos autónomos, impuso al órgano electoral, borró cualquier contrapeso institucional e instauró una Venezuela a la medida del caudillo iluminado, porque ahí donde la masa no piensa ni razona el caudillo es el pueblo y “piensa” por él.

Si el modelo que le impuso Castro a Chávez es el que se ha seguido en Venezuela y es el mismo en el que la 4T funda e inspira su galimatías y laboratorio político, ¿por qué habría de dar en México resultados distintos a los de Cuba y Venezuela? La lógica no engaña a nadie: los engañados son los que creen que pueden engañar a la lógica.

Luego de perder la elección presidencial, con el 67 por ciento de los votos a favor de la Plataforma Unitaria Democrática (PUD) de Edmundo González y María Corina Machado, el payaso del Palacio de Miraflores ha hecho todo para no aceptar el triunfo de la oposición: represión callejera contra mujeres y jóvenes, detención ilegal y con violencia de líderes opositores y disidentes, torturas a mansalva que el Protocolo de Estambul sanciona como de lesa humanidad, asesinatos de líderes y jóvenes a la luz del día, fabricación de delitos del fuero penal contra todo aquel que no acepte el “triunfo patriótico” de Maduro y el “baño de sangre” que enluta a Venezuela, todo porque el energúmeno que perdió la elección se propone arrebatarla mediante un truco digital y cibernético en las actas para no entregar el poder. México -lo digo a tiempo y para el registro histórico- haría bien si logra experimentar en cabeza ajena.

Las tres revoluciones de capital importancia que ha tenido México: la Guerra de Independencia, la Guerra de Reforma y la Revolución del 10, fueron tentativas por alcanzar la democracia e instalar a México en alguno de los peldaños de la modernidad.

Sería una pena, además de una inadmisible y lamentabilísima regresión histórica, que esto que algunos llaman 4T coloque a México en la antesala de una nueva premodernidad y en la maroma nada olímpica de una dictadura.

Si Venezuela es casi un poema por la profundidad de su historia, México es casi otro poema por los paraísos que iluminan y sobrepueblan su memoria colectiva.

Sería una aberración del tamaño de la insensatez hacer de México una Mexizuela.

Pisapapeles
La crisis que hoy vive Venezuela puede repetirse sobre un plano histórico distinto.
leglezquin@yahoo.com

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