“Primero los pobres”, fatales víctimas de la inflación
Gregorio Ortega Molina
*La inflación adquiere su verdadero tamaño, cuando aquellos que se enfilan rumbo al precarismo se percatan de que su ropa interior, además de percudida y luida, tiene boquetes en la tela, pero así han de usarla porque ya no resiste remiendos. Mantenerla limpia da sensación de bienestar, aunque ahora, con la crisis del agua, la higiene y la limpieza adquieren la dimensión de un trágico desafío
La vida se modifica radicalmente cuando la realidad económica se muestra implacable. De pronto te das cuenta que ya no puedes llevar a la mesa los alimentos necesarios para tu familia, que dejas de comprar medicinas de patente para acudir sonriente con el Doctor Simi, que los zapateros remendones desaparecieron y te las debes ingeniar para conseguir calzado más barato, y ya ni hablemos de lo básico para la higiene y la limpieza. De las lociones, ya ni para qué mencionarlas.
La inflación es un impuesto adicional para los menos favorecidos, sobre todo cuando se suma al IVA y a los incrementos de ciertos productos agropecuarios motivados por la sana extorsión, pues todos tenemos que vivir, y unos tienen más agallas que otros para encontrar la manera de cómo hacerlo, cobijados por las políticas públicas de los abrazos.
Te das cuenta entonces que vivir como estuviste acostumbrado, se convierte en un lujo, sobre todo si te da por conducirte como lo hicieron las abuelas, simular que todo está bien en casa y con los tuyos, que las cosas siguen igual, aunque tus nietos o los hijos de tus compadres debieron abandonar los colegios privados por las escuelas públicas, y que por ese hecho su comportamiento se modifica, ellos sienten y resienten más que la vida dejó de ser lo que era, a pesar de que los responsables de la administración pública repartan dinero fiscal a espuertas a través de los programas de bienestar, sin detenerse a pensar que esos recursos públicos dejaron de producir riqueza para convertirse en el pago de la impunidad que deben brindar los beneficiarios a quienes les hacen llegar, como por milagro, esa aspirina económica y social.
La inflación adquiere su verdadero tamaño, cuando aquellos que se enfilan rumbo al precarismo se percatan de que su ropa interior, además de percudida y luida, tiene boquetes en la tela, pero así han de usarla porque ya no resiste remiendos. Mantenerla limpia da sensación de bienestar, aunque ahora, con la crisis del agua, la higiene y la limpieza adquieren la dimensión de un trágico desafío.
Pero, aseguran, estamos bien, en plena construcción del segundo piso de la 4T, de esa transformación tan ansiada por todos los mexicanos, que no quieren aprender la lección impuesta por la terrible realidad: a los gobernantes de hoy siempre se les caen los tramos elevados, como en la Línea Dorada, o las dovelas, como ocurrió con el tramo final del tren interurbano. Ese segundo piso se nos puede venir encima, con todo e inflación.
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