LA COSTUMBRE DEL PODER

El primer falsario de la nación

Gregorio Ortega Molina

*No es asunto de clases sociales, de andar rascando los testículos del diablo, sino de la absoluta y clara incompetencia para que se cumpla y se respete el orden constitucional, que garantiza la paz y la vida de los mexicanos. No hay gobierno

La violencia es un absurdo. Me refiero tanto a la emocional como a la física. Imposible establecer cuál de las dos deja más terribles secuelas, por mejor explicación o justificación que quiera darse. Ese eufemismo de guerra justa conceptuado para eludir lo ineludible: la responsabilidad de matar, propicia que proliferen las ejecuciones por manos criminales o al servicio de la “justicia”.

Lo que ocurre en México es de espanto, porque vivimos en medio de una mayor violencia que la que padecen los ucranianos o los habitantes de algunas naciones africanas. Unos y otros están en países con guerra declarada, revolución abierta, invasión injustificada, pero nosotros, los mexicanos, supuestamente estamos en la post normalidad. Felices, como lo declara el primer mandatario, el primer falsario de la nación.

Las imágenes impresas o transmitidas en televisión y redes sociales, la información radial, lo que no se dice, pero se sabe, indica que estamos ante una violencia ineluctable propiciada por la ausencia del Estado, o su inexistencia, o por la manera perversa en que conducen el gobierno, dispuesto a recibir a Estela Barnes de Carlotto, pero que da un portazo a las madres buscadoras mexicanas, que recorren la república en busca de los despojos de sus seres queridos, sean hijas o hijos o cónyuges o madres o padres.

Las fosas clandestinas, las ruinas de presidencias municipales, automóviles de policía, transportes públicos, servicios de carga; carreteras bloqueadas y todo ante la mirada impasible de los que desde sus oficinas y con uniformes entorchados cuentan ya lo que tienen en sus haberes, para hacer mutis con sus familias y desaparecer de este infierno social que fue propiciado por ellos.

Aseguran que la economía crece, pero el número de muertes violentas también; que puedes vivir en paz, pero las personas desaparecen y si se deciden, los mexicanos, acudir a restaurantes o fondas o cines, se descubre que, así como se puso de moda el conductor designado, hoy existe la víctima señalada, y si festejaste con tus amigos, al minuto después apareces muerto y en otro lugar.

No es asunto de clases sociales, de andar rascando los testículos del diablo, sino de la absoluta y clara incompetencia para que se cumpla y se respete el orden constitucional, que garantiza la paz y la vida de los mexicanos. No hay gobierno.

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