Tiempo, quehaceres, vida II/V
Gregorio Ortega Molina
*Mitos y religiones están fundados en ese cerco afectivo cuya identidad de intereses se consolida con el tiempo en que se comparten, además de amores, humores y soledades, y enojos y triunfos y derrotas, que son las que contribuyen a la convivencia y a compartir el consumo de eso que identificamos como la unión espiritual: ya no sois dos, sino una sola carne
El uso del tiempo es tan personal y único como el del cepillo de dientes. Quizá gremios y asociaciones, personas con intereses similares, dispongan de él con usos y costumbres establecidos ancestralmente. Quienes carecen de oficio y beneficio, se las arreglan para, literalmente, perderlo, consumirlo sin destino ni norma.
Campesinos, granjeros, ganaderos, avicultores y demás personas que se dedican a alimentar a la humanidad, ajustan el consumo de su tiempo de manera parecida, pero sobre todo atentos al clima, las plagas, las enfermedades. Es constante su confrontación con lo aciago, lo imprevisto y, no los perdamos de vista, los especuladores que determinan los precios de los consumibles.
Nos repitieron, hasta convencernos, que tiempo es vida. Creo, absolutamente lo creo, que sucede a la inversa. Vida es tiempo, sobre todo en lo concerniente a los asuntos afectivos, al ordenamiento de la convivencia en pareja y en familia, a las amistades.
Renato Leduc lo dice con absoluta claridad:
Sabia virtud de conocer el tiempo;
a tiempo amar y desatarse a tiempo;
como dice el refrán: dar tiempo al tiempo…
que de amor y dolor alivia el tiempo.
Aquel amor a quien amé a destiempo
martirizóme tanto y tanto tiempo
que no sentí jamás correr el tiempo,
tan acremente como en ese tiempo.
Amar queriendo como en otro tiempo
—ignoraba yo aún que el tiempo es oro—
cuánto tiempo perdí —ay— cuánto tiempo.
Y hoy que de amores ya no tengo tiempo,
amor de aquellos tiempos, cómo añoro
la dicha inicua de perder el tiempo…
La metáfora es precisa… el tiempo no se pierde, allí está, sólo dejó de usarse, es un dispendio de sentimientos, pero los segundos, minutos, horas, días, semanas, meses y años dedicados a ese amor que únicamente es posible entre heterosexuales, por lo que entraña y desentraña y crea y pierde cuando se acaba.
Mitos y religiones están fundados en ese cerco afectivo cuya identidad de intereses se consolida con el tiempo en que se comparten, además de amores, humores y soledades, y enojos y triunfos y derrotas, que son las que contribuyen a la convivencia y a compartir el consumo de eso que identificamos como la unión espiritual: ya no sois dos, sino una sola carne.
Es igual al ciclo al que acomodan sus vidas quienes las dedican a la tierra.
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